Daniel Peña, nacido en Motril, en la maravillosa Costa Tropical de Granada, rodeado de caña de azúcar, del Mediterráneo y Sierra Nevada, nos detiene en el recuerdo mágico de los paisajes y las horas vividas sintiendo la tierra, la naturaleza, el salitre y el espíritu que une a la naturaleza y al hombre.
Su poesía, llena de un lirismo y sensibilidad difícil de encontrar en la poesía contemporánea, no se detiene en los pareados fáciles o en los lenguajes ininteligibles, se allana, se perfuma de sensaciones y de visiones cotidianas que recorren la piel y el alma para tocar directamente la memoria ancestral, el ADN, nuestro ADN, el de nuestros padres, el de nuestros abuelos. Y vuela desde la Costa Tropical a las Alpujarras y desde ahí al interior de su alma, orando, meditando, sintiendo, respirando el aire puro de la sierra y su atardecer rojo e incandescente.
Se podría decir que es poesía clásica, casi machadiana, pero es moderna y viva, su cadencia y ritmo son insuperables, y el amor, desde la bondad, impregna todo el libro.
Este es el segundo Título de la Colección de Poesía de ENTRESUEÑOS, que comenzó con Gravitacional y que es una muestra del compromiso de esta editorial con la calidad literaria y la calidad de las personas.
PRÓLOGO A DÚO:
Cuando conocí a Daniel en la presentación de uno de mis libros me llenó de ilusión que un desconocido llegado de Órgiva se interesara por mi obra, pero más aún cuando un par de semanas después quisiera publicar con Entresueños su experiencia poética. En mi escepticismo le invité a que me enviara su manuscrito. Flipé. Su poesía, llena de un lirismo y sensibilidad difícil de encontrar en la poesía contemporánea, no se detiene en los pareados fáciles o en los lenguajes ininteligibles, se allana, se perfuma de sensaciones y de visiones cotidianas que recorren la piel y el alma para tocar directamente la memoria ancestral, el ADN, nuestro ADN, el de nuestros padres, el de nuestros abuelos. Y vuela desde la Costa Tropical a las Alpujarras y desde ahí al interior de su alma, orando, meditando, sintiendo, respirando el aire puro de la sierra y su atardecer rojo e incandescente. Se podría decir que es poesía clásica, casi machadiana, pero es moderna y viva, su cadencia y ritmo son insuperables, y el amor, desde la bondad, impregna todo el libro.
“El peso de las flores” es la dicotomía de la vida, el peso, la atracción de la tierra, frente al brote, la expansión, la apertura de la flor, el cuerpo y el alma, el equilibrio de dos fuerzas que gravitacionalmente se encuentran y desencuentran pero que no pueden olvidarse.
Invito al lector a recorrer sin conceptos los caminos y los páramos, los cañaverales y las lejanas islas desiertas de la Polinesia, o simplemente sentarse bajo un magnolio. Cerrar los ojos, revivir los versos y amar los recuerdos inyectados en nuestras venas primigenias que nos brinda, generosa y bondadosamente, Daniel.
Jesús García Amezcua
Siendo posible que “El peso de las flores” sea la esencia de las mismas es, precisamente, esa fragancia hecha lirismo la que recorre toda la letra poética de este texto impregnado de luz en el decir y de profundidad en el contenido.
Frescura en el lenguaje y una honda fuerza en el amor recorren los caminos de nostalgia, vehemencia, dolor, ocaso y esperanza.
Entre lo cotidiano y lo tangencial se nos revela un talento que, exponiendo su subjetividad a flor de piel es merecedor de una lectura emotiva y reflexiva, capaz de despertar aquellas cosas que muchas veces se pierden en las arenas infinitas del tiempo.
El ritmo completa esta partitura poético musical.
Margarita Saldivia Reche